En pleno corazón de San Bernardo, entre las calles Freire y Prat, alguna vez se alzó una de las construcciones más llamativas y enigmáticas que ha tenido la comuna: el llamado Castillo de San Bernardo, conocido formalmente como el Palacio Pavlisa. Aunque hoy su silueta ya no se divisa en el horizonte urbano, su historia sigue viva en la memoria de quienes lo conocieron o escucharon hablar de él. Este palacio no solo fue un símbolo arquitectónico; también fue un reflejo del auge que vivió la ciudad en las primeras décadas del siglo XX.

La época dorada de San Bernardo

Durante los años 20, San Bernardo atravesaba su belle époque. La llegada del ferrocarril, el dinamismo económico de la Maestranza Central de los Ferrocarriles del Estado y la conexión directa con Santiago convirtieron a la comuna en un lugar atractivo para vivir… e incluso vacacionar. Fue tal el impulso, que muchas familias acomodadas —incluso aristocráticas— eligieron San Bernardo como un lugar ideal para establecer sus residencias de descanso.

Entre ellas, destacó la familia Pavlisa, de origen europeo, quienes levantaron un edificio que rompía completamente con la arquitectura local: un palacio con forma de castillo, de inspiración ecléctica y europeísta, que asombraba tanto por su diseño como por su elegancia.

Un castillo en el sur de Santiago

El Castillo Pavlisa no solo era grande, era majestuoso. Su fachada destacaba por sus tres torres: una rectangular al centro, una circular a la izquierda y otra hexagonal a la derecha. La entrada estaba adornada por una escalinata de doble subida de mármol blanco, y bajo esta se encontraban pequeñas habitaciones independientes. El interior del palacio estaba decorado con elementos traídos desde Europa oriental, lo que daba cuenta del refinado gusto de sus propietarios y su intención de replicar parte de su cultura en tierras chilenas.

Era, sin duda, el edificio más lujoso que alguna vez tuvo San Bernardo.

Del esplendor al abandono

Con el tiempo, la familia Pavlisa dejó el país, y el castillo pasó a ser propiedad de la comunidad. Durante varias décadas, el edificio tuvo usos diversos: fue ocupado por varias familias, albergó actividades culturales, se utilizó como sede del Deportivo Liceo y también como salón para bailes de primavera y reuniones sociales.

Sin embargo, los años fueron cobrando su precio. El edificio comenzó a deteriorarse, perdió dos de sus tres torres y tras el terremoto de 1985, quedó seriamente dañado. Aunque hubo intentos por salvarlo —iniciativas vecinales, recolección de firmas e incluso la atención de algunos medios de comunicación—, no se logró evitar lo inevitable. El edificio fue finalmente demolido en 1996.

Lo que quedó y lo que surgió

Tras su demolición, el sitio que ocupaba el castillo quedó como estacionamiento, y así permaneció durante años. Luego, en un giro inesperado y casi surrealista, sobre las ruinas del antiguo palacio se construyó una pagoda china, decorada con tejas y terminaciones originales traídas directamente desde Asia. Si bien se reconoce el esfuerzo arquitectónico y estético de esta nueva estructura, muchos vecinos consideran que el lugar jamás volvió a ser el mismo.

La nostalgia persiste. Para quienes conocieron el Castillo Pavlisa o crecieron escuchando su historia, sigue existiendo ese deseo íntimo de haber podido verlo una vez más, de caminar por sus salones y contemplar sus torres al atardecer. Era más que un edificio: era un símbolo de una época, de una ciudad en crecimiento, de un pasado que ya no está… pero que nunca se ha ido del todo.